This editorial was originally published in English by the Africa Network for Walking and Cycling, and can be accessed here.
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Seble es cofundadora de Menged Le Sew, el movimiento de calles abiertas de Etiopía, joven lideresa de transporte sostenible de SLOCAT, una de las mujeres notables en transporte de TUMI 2020 y nueva miembro de la junta directiva del Instituto de Políticas de Transporte y Desarrollo.
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Vivo en Addis Abeba. Importé una mentalidad de ciclista urbana valiente de las calles de Montreal, Bogotá y Quito que al principio no me atreví a probar en Addis. Pero la pandemia me hizo dudar y luego cambiar. Me dio más miedo contagiarme de Covid en el transporte público que enfrentarme a las calles de Addis sobre dos ruedas. Desde entonces, a menos que caiga un aguacero o sea de noche, la bicicleta es mi medio de transporte infalible.
No es nada fácil. Los hombres gritan cosas horribles. Casi no hay ciclorutas. El aire está contaminado. Y en un día cualquiera comparto la carretera con camiones, baches, cabras y peatones. Pero lo hago porque me siento bien. Andar en bicicleta me hace sentir una profunda alegría y libertad.
Vivo en una ciudad donde la mayoría de la gente no tiene carro particular. En Addis, más de la mitad de la gente se mueve a pie y alrededor del 30% utiliza el transporte público. Pero a pesar de estas tendencias abrumadoras de la movilidad activa y el transporte colectivo, las calles están diseñadas para la minoría propietaria de carros. Y aparte de mi querida amiga Milha, que coorganiza maravillosas rodadas mensuales en bicicleta por la ciudad, nunca veo a ninguna otra mujer etíope en bicicleta.
Meskel Adebabay, la plaza central de Addis Abeba. Foto: Seble Samuel
La estrategia de transporte no motorizado de Addis Abeba intenta cambiar esta situación, aumentando la infraestructura para caminar y montar en bicicleta y creando el objetivo de que la mitad de los ciclistas de la ciudad seamos mujeres en seis años. Pero por ahora, mientras las ciudades secundarias del país están llenas de mujeres ciclistas, seguimos siendo una rara anomalía en la capital de Etiopía.
Sé que hay muchos sistemas que nos frenan: las calles llenas de carros, el acoso sexual callejero, los estereotipos de género, no haber aprendido nunca a montar bicicleta, etc. Así que decidí sumergirme en las experiencias que dan forma a las realidades ciclistas urbanas con enfoque de género desde todos los rincones de nuestro continente. Conversé con mujeres de diferentes ciudades africanas, desde Nairobi a la Ciudad del Cabo a Lagos, para conocer sus historias, saber qué nos impide llenar las calles y cómo podemos transformar esta realidad.
Hamrawit y Yubi aprendiendo a montar bicicleta en la biciescuela Cycle Techyalesh en Addis Abeba. Foto: Maren Ahlers
Juliet Rita, quien creció en las afueras de Nairobi en la década del 1980, y que ahora coordina la Red Africana para Caminar y Andar en Bicicleta, comparte que “no era aceptable que una niña anduviera en bicicleta. No era normal que los padres te compraran una bicicleta. Así que los chicos solían tener bicicletas y yo tenía curiosidad por ver qué hacían ellos. Y una de las actividades era, por supuesto, montar en bicicleta y perseguirse unos a otros. Recuerdo que mi madre siempre me apartaba de los chicos para que no participara en lo que ella denominaba “cosas peligrosas como montar en bicicleta”. Pero a los chicos se les permitía. Y ya sabes que por aquel entonces también existía la idea de que si eres una mujer joven, es probable que pierdas tu virginidad montando en bicicleta, algo que todavía no entiendo de dónde viene”.
Lebogang Mokwena, fundadora de Learn2Cycle y la anterior Alcaldesa de la Bicicleta de la Ciudad del Cabo, relacionó estos ejemplos con “las perspectivas patriarcales de género en torno a la persona para la que está hecha la bicicleta, y esa persona nunca es vista como una niña o una mujer. Hay estereotipos de género sobre la bicicleta que la presentan como instrumento de movilidad para hombres y no para mujeres. Y tal vez eso esté subliminalmente ligado a querer restringir constantemente la libertad de movimiento de las mujeres en la sociedad. Fundamentalmente, creo que también está relacionado con el hecho de no querer que nos movamos tan libremente y tan lejos como lo permitiría una bicicleta”.
Estos estereotipos de género represivos también están interconectados con las luchas y divisiones de clase. “Cuando eres adolescente asocias las bicicletas con la gente pobre”, dice Juliet. “Son los trabajadores domésticos, los vigilantes, los que van en bicicleta al trabajo porque no pueden pagar el pasaje del autobús. Así que la actitud hacia las bicicletas era “es para los hombres, y es para los hombres que no tienen dinero”. Porque al crecer no podías encontrar a una persona rica montando en bicicleta. De hecho, durante mucho tiempo pensé que las bicicletas eran baratas y asequibles”.
Olamide Udoma-Ejorh, Directora de la Iniciativa de Desarrollo Urbano de Lagos, comparte que en Lagos, “las únicas mujeres que se ven montando en bicicleta son las que lo hacen por deporte, las que están vinculadas a un grupo de ciclistas. Pero hay que comprar una bicicleta muy buena, hay que pagar una cuota mensual o anual para el club, hay muchos temas monetarias que conlleva la adhesión a un club. Así que son mujeres mucho más ricas que las que montan en bicicleta por necesidad, como las guardias de seguridad o las empleadas de hogar. Si lo comparas, no tienen la renta disponible para participar en ese tipo de actividades”.
Lebogang añade a estas diferencias de clase en la Ciudad del Cabo el deseo de demostrar la riqueza a través de símbolos de estatus. “En los hogares de clase media o algo más seguros materialmente, creo que la bicicleta se ve como un juguete, porque esos hogares suelen tener carros. La bicicleta se ve como algo que los niños utilizan para jugar y para desplazarse, pero en un momento dado se sale de eso. Y parte de cómo demuestras tu bienestar material es ser capaz de pasar del transporte público, de caminar, de usar la bicicleta, a tener una gran máquina brillante, preferiblemente alemana, en la carretera”.
A estas divisiones de clase y género en cuanto a la movilidad y el acceso a las calles, se suma el papel del cuidado. “La mayoría de las veces salgo de casa con dos niños, y tengo que dejarlos en el colegio o quizá los deje en otro sitio, así que eso también hace que ir en bicicleta sea un reto”, dice Juliet. “Recuerdo que cuando fui a Alemania, me sorprendió encontrar a mujeres montando en bicicleta con sus hijos”.
Al otro lado del continente, Olamide hizo eco a sentimientos parecidos en Lagos. “No hay ningún lugar que esté lo suficientemente cerca como para poder ir en bicicleta y, además, con niños es muy difícil”. El hecho de que estas funciones del cuidado recaigan de forma desproporcionada en los cuerpos de las mujeres agrava las barreras estructurales a la movilidad urbana y al uso de la bicicleta, creando experiencias de vulnerabilidad y amenazando la seguridad de ellas mismas y de sus hijos.
Dr Thato Mosidi en el primer año de Learn2Cycle en la Ciudad del Cabo. Foto: Leanne Brady
Lebogang subraya lo reales que son estas amenazas a la seguridad y lo mucho que afectan a la forma en que percibimos y nos movemos por nuestras ciudades como mujeres en las ciudades africanas. “En un caso como el de Sudáfrica, con los altos niveles de delincuencia pero también de violencia contra las mujeres por razones de género, creo que intentar animar a muchas más niñas y mujeres a utilizar la bicicleta también es un reto porque podría parecer un poco insensible desde el punto de vista cultural y contextual, dado los tipos de violencia y acoso a los que las mujeres, en particular las pobres y marginadas, tienden a estar expuestas por tener que habitar calles que no son necesariamente las más seguras o acogedoras”.
Estas barreras complejas e interconectadas conforman la forma de habitar las calles en las distintas ciudades africanas y requieren cambios estructurales. “Hay mucho pudor y vergüenza, aunque haya problemas estructurales”, dice Lebogang. “Hay un impedimento estructural por el que las mujeres tienden a no haber aprendido algo como montar en bicicleta cuando son niñas”.
Esto significa, por ejemplo, que tenemos que replantearnos los cientos de kilómetros de infraestructura para caminar y montar en bicicleta que se están planificando en la estrategia de transporte no motorizado de Addis Abeba con la voz de las mujeres en el centro. Que desafiemos el estereotipo de que la bicicleta es sólo una opción de movilidad para los pobres y, en cambio, elevemos la bicicleta como una forma digna de movilidad para todos. Que nombremos y rompamos los estereotipos de género sostenidos por la violencia de a quién puede pertenecer y quién puede habitar la calle de forma pública y libre y segura.
En Addis Abeba, con nuestra fundación de sostenibilidad urbana Lem Ketema, y nuestros aliados de Egre Menged, estamos intentando hacer posibles estos nuevos mundos. Hemos creado una biciescuela llamada Cycle Techyalesh para que las niñas y mujeres de Addis Abeba aprendan a montar en bicicleta. Las inscripciones están desbordadas y hemos tenido que abrir nuevos turnos para contener todo el entusiasmo. En un par de sesiones, las mujeres etíopes están aprendiendo a montar en bicicleta por primera vez y expresan asombro, libertad y orgullo por ser capaces de impulsarse con su propio movimiento.
“Vemos la bicicleta también como una herramienta de libertad”, dice Olamide. “Así, las mujeres sienten que pueden tomar el espacio de la calle que no siempre es suyo y seguir sintiéndose seguras en esos espacios”. Lebogang añade: “Siempre me parece tan sorprendente que cuando estas mujeres aprenden a montar en bicicleta, la siguiente pregunta es: ¿también das clases de natación? Eso las libera de las otras cosas que nunca han aprendido a hacer, y les da confianza. La bicicleta se convierte en un portal hacia la lista de muchas otras cosas que nunca verbalizaron como necesidad o deseo de aprender”.
Así que multipliquemos este portal y construyamos nuevos mundos donde las calles sean para todas.